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ERICA Y STEFI

Yo no soy como la zorra (ERICA)

Yo no soy como la zorra (ERICA)

     Muchas veces me he caracterizado por ser locuaz pero en la intimidad de mis actos la reserva gana la partida. Por ello fue necesario convocar a  dos invitados de lujo en mi relato los cuales prometieron acompañarme hasta el final, ellos son la realidad y la ficción.  

     Era otoño, y la zorra que vivía en una madriguera del bosque, cada noche se atracaba de ratones, que eran muy gordos en aquella época del año, y también un poco tontos, porque se dejaban cazar con facilidad.

     A decir verdad, la zorra hubiese preferido comerse alguna buena gallinita de tiernos huesecitos, pero hacia tiempo que el guardián del gallinero era un perrazo poco recomendable, y había que contentarse con lo que el bosque ofrecía: ratones, ranas y algún lirón.

     El caso es que una mañana la zorra se despertó con cierta sequedad en la garganta y con un vivo deseo de comer algo refrescante distinto de su acostumbrada comida. Por ejemplo, un buen racimo de uvas. Y llegaba hasta ella un rico olorcillo de uva moscatel. "Bueno -dijo para sí la zorra-. Hoy quiero cambiar. Después de tanta carne de ratón, me sentará bien un poco de fruta." Y se dirigió hacia la parra cuyo aroma había percibido. Apretados racimos colgaban de ella. Había muchos, pero... "¡Que extraño! -rezongó el animal-, no creí que estuvieran tan altos.

     De un buen salto los alcanzaré." Tomó carrera y saltó abriendo la boca. Pero, ¡qué va! Llegó a un palmo del racimo: el salto se le quedó corto. Sin embargo, la zorra no se desanimó.

     De nuevo tomó carrera y volvió a saltar: ¡nada! Probó otra vez a insistió en la prueba, pero las uvas parecían cada vez más altas. Jadeando por el esfuerzo, la zorra se convenció de que era inútil repetir el intento.

     Los racimos estaban a demasiada altura para poder alcanzarlos de un salto. Se resignó, pues, a renunciar a las uvas, y se disponía a regresar al bosque, cuando se dio cuenta de que desde una rama cercana un pajarillo había observado toda la escena. ¡Qué ridículo papel estuvo haciendo! Precisamente ella, la señora zorra, no había conseguido apoderarse de lo que le gustaba. Pero al punto halló lo que creyó una salida airosa           ¿Sabes? -dijo, dirigiéndose al pajarillo-, me avisaron de que estaban maduras, pero veo que aún están verdes. Por eso no quiero tomarlas. Las uvas verdes no son un plato apropiado para quien tiene tan buen paladar como yo.

     Quizás muchos de ustedes conocen esa fábula, es lo que pretendo ya que  de manera transparente intento dar a entender que no debo trasladar la culpa a los demás de lo que no fui capaz de alcanzar.  

     Cada vez que intento recordar mis profesores en el secundario me es complejo y solo hay una desabrida explicación para ello. Viví esa etapa con un  estilo fresco, liviano, despreocupado y principalmente haciendo solo que me interesaba. Y en esa escueta lista de actividades el colegio no tomaba parte. 

     Por lo general a la salida del colegio, casi a las siete de la tarde, solo los martes y viernes,  me dirigía a teatro, eso me fascinaba, éramos un grupo en el cual casi todos teníamos la misma edad, viajábamos por toda la Provincia presentando nuestras obras (siempre tuve buenos papeles y lo paradójico es que cada vez actuaba peor. Era realmente amarga).

     Esa fue una etapa sumamente divertida. Cada día era un nuevo acertijo, nadie sabia que nos depararía la vida cinco minutos después, existían rutinas a las era pecado romper.  Los días de doble turno nos quedábamos a comer en un buffet que existía enfrente del colegio. Aunque eso no era lo que nos hechizaba, sino el hecho de juntarnos allí a jugar a las cartas. Recuerdo un día en el que la policía nos las quito, estuvimos a punto de quedar detenidos. 

     Los jueves era una costumbre salir del colegio y dar vueltas por el centro, comer algo y esperar  hasta que se hiciesen las doce o la una de la mañana nos dirigíamos hacia algún  boliche de la zona. Indiscutiblemente, algunas, vestíamos los uniformes del colegio ya que no perderíamos tiempo en cambiarnos para regresar al colegio a las siete y cuarto de la mañana.

     Siempre tuve una libertad absoluta por parte de mis padre ya que ellos basaban todo en la confianza, después de lo que han leído es lógico pensar que la destrocé en  varias oportunidades. Una de ellas fue cuando me echaron del colegio por ser más hábil que Houdini y escapar junto a dos amigas (en el fondo siempre supe que prefería pedir perdón antes que permiso, y que mis padres no podían darme un castigo que empañara lo que había vivido). 

     En este marco de estupideces reiteradas fui creciendo o eso creía.  Las clases eran horas que debían pasar rápido, y con respecto a mi pobre profesora de Inglés (de quien mucho no recuerdo), ahora irónicamente es profesora de mi marido, en un Instituto Privado. Sólo se que ella con nosotros era una persona muy suave al hablar, considero que jamás levanto la vos, ni aun en los momentos de caos.  

     Hoy diez años después, estoy completamente convencida, que todas las cosas que en mi secundario no fui capaz de obtener, no fue por culpa de otros. En mi caso no hubieron uvas altas, y solo me cabe mencionar un gracias por que pese a todo, ella (mi profesora) invariablemente trato de captar mi atención y de ayudarme.   

 

 

ANALISIS DE LA AUTOBIOGRAFIA:

 

Hoy me ha tocado una ardua tarea la de analizar la autobiografía de Erica; ella utilizó muchas imágenes para jugar con los detalles, que quizás no quería develar.

Su relato comienza con una fábula, en donde la protagonista es una zorra, una zorra cansada de comer ratoncitos gordos fáciles de cazar. ¿Nos estará contando Erica sobre su cansancio a tener bajas notas? ¿Serán estos ratoncitos simplemente "cuatro" en su boletín? ¿Estarán fáciles de cazar en virtud del tiempo que le dedica al colegio?. Considero que sí,  estos ratoncitos gordos que se dejan cazar con facilidad son solo un montón de notas pobres que juntaba su libreta. Incluso nos marca el tiempo que le tomaba cazarlos... casi nada, eran tontos, eran fáciles. Pero como todos sabemos lo fácil aburre, por eso creo que pretendía la gallinita. ¿Será la gallinita una buena calificación?  Eso supuse en un principio pero luego deduje que era una ambición mucho mayor. ¿Constituirá la gallinita en la mente de Erica, ser el mejor promedio en su curso? A mi pensar es muy probable ya que nos relata que la gallinita está custodiada por un perro guardián. ¿Será que el costo de ser la mejor en su curso implica esa vida de bohemia que nos retrató en su autobiografía? ¿Será ese perro guardián, poco recomendable, la responsabilidad? Puede ser, es probable que ella viese a todo tipo de responsabilidad como una amenaza. Más específicamente como algo no recomendable.

Su relato continúa y la zorra descubre unas uvas. Las que les parecieron muy frescas después de tanta carne. Pero estaban más altas de lo que pensaba y no pudo alcanzarlas. Y es en este punto donde me encuentro en una encrucijada, ya que no puedo precisar que representan las uvas. Pero considerando que ella estudia inglés, quizás podríamos deducir que las uvas son la lengua extranjera. ¿Se habrá puesto como meta ser buena alumna en las clases de inglés? ¿Por que no las alcanzó? Imagino que ella prefirio comer para vivir y no vivir para comer y quizas consideraba que en la vida sobra tiempo para las responsabilidades pero no para disfrutar no.

Concluyo mi análisis considerando que el pájaro que observo a la zorra con atención fue solo una imagen que quizas solo representaría a su propia maduración.

2 comentarios

erika -

quien escribio eso es horrendo que insulten un nombre

Déborah -

Erica, éste viaje compartido por tu blog me pareció interesante. Es positiva la mirada madura del pájaro, espero que en la docencia y en la vida alcances aquellos sueños que todos tenemos y que Dalí se atrevió a pintar y Einstein a pensar.